Creo que convivo bien con el tiempo, y creo que en gran parte es porque hace mucho que me llevo bien con la soledad. Lo que no quiere decir que no me guste estar acompañada, de hecho soy una persona bastante extrovertida y sociable. Pero la soledad y yo tenemos una relación especial desde hace años. No sé que nos pasa pero cuando estamos tiempo juntas, porque queremos o por casualidad, sin buscarnos, siempre encontramos algo que hacer, siempre estamos bien. Juntas no tememos a esas horas en las que no está nadie, las vivimos con calma y normalidad. Hace mucho tiempo que aprendí a que saber estar con la soledad no es estar sola, es eso, saber estar. Hoy agradezco infinitamente este aprendizaje, porque hoy me siento orgullosa de saber vivir con las circunstancias que nos presenta la vida, incluso cuando te priva de vida social, de rutinas. Orgullosa de saber que no necesito a nadie que se invente una vida para mí, para llenar un tiempo que se me da como si yo no lo pudiese dominar sin ayuda. Orgullosa de disfrutar de las personas buenas que me rodean, pero de disfrutarlas con la total libertad que me da, y que les doy, para que no tengan que ser, obligatoriamente, mis animadores, mis acompañantes y mis cuidadores a cada minuto que marcan los relojes. Hace mucho que tanto la soledad como la compañía, por igual, me enseñaron que no necesito grandes acontecimientos, grandes planes, nada extraordinario. Soy amante de la vida cotidiana, del día a día, venga como venga. Lo mejor de saber estar con la soledad y la cotidianidad es que eso me permite saber estar mejor con todos, contigo, con el mundo.
Ahora es un momento para saber estar, porque el tiempo nunca se para, aunque lo parezca, y siempre hay alguna manera de poder usarlo, que no gastarlo sin más. Yo a veces lo uso, que no lo gasto, para no hacer nada durante un buen rato, que también es bueno para la salud.